Resumen
¿Para qué enseñamos? ¿Qué es lo que importa de verdad en nuestras aulas? ¿El profesor y lo que enseña, o el alumno y lo que aprende? El arreglo del espacio físico de las aulas nos da pistas muy claras de en quién ponemos el foco del proceso educativo, y durante mucho tiempo, y todavía en la mayoría de los entornos de enseñanza, ha sido y es en el profesor.
Alfie Kohn dice “Saying you taught it but the student didn't learn it is like saying you sold it but the customer didn't buy it”. Si estamos de acuerdo con él y ponemos el foco sobre el aprendizaje del alumno, surgen dos preguntas claves.
¿Cómo aprendemos los humanos? y ¿quién es nuestro alumno?
Sabemos quién no es el alumno. No es el enemigo a combatir. Es nuestro aliado y “cliente”, incluso en el caso la enseñanza gratuita. El alumno puede decidir dejar de comprar y abandonar (nos) en cualquier momento. No es una hoja en blanco. Viene con sus modelos mentales y paradigmas, sus experiencias y conocimiento, sus sueños y expectativas. Y por último, tampoco es un vaso a rellenar.
Los humanos no aprendemos "llenándonos" de material o recibiendo información. Cada uno de nosotros tiene que construir su propio aprendizaje. Es un trabajo arduo y de largo plazo que nadie puede hacer por nosotros, y es al mismo tiempo un proceso activo. Limitarnos a escuchar y memorizar no permite que nos llevemos el gato al agua.
Aprendemos al conectar información nueva con algún conocimiento que ya poseemos, anclando lo nuevo en tierra firme. De lo contrario se alejará flotando con la siguiente ola de conocimiento que nos alcanza. Existe un sinfín de metodologías entre las que el profesor puede elegir para dar la clase, desde la clase magistral hasta el diálogo socrático, pasando por el aprendizaje basado en problemas, casos o proyectos. Todas pueden funcionar o fracasar. No hay una receta mágica. Lo que sí hay son ingredientes claves para el éxito: la actitud del profesor y los principios básicos de aprendizaje.
Ken Bain los resume de forma magistral en su libro “Lo que hacen los mejores profesores universitarios”:
Si recordamos al profesor que más huella nos dejó, es muy posible que le caracterizara una actitud humilde y respetuosa hacía sus estudiantes; mostraba empatía; confiara en las habilidades de sus estudiantes; tuviera altas expectativas puestas en ellos; mostrara un interés auténtico y una pasión por su disciplina; fuera accesible; y tuviera buen sentido de humor.
El cambio de foco supone un esfuerzo de dos protagonistas del aula: El profesor debe estar dispuesto a ceder gran parte de su control y poder, y quitar el foco de luz sobre sobre sí mismo en beneficio del aprendizaje de sus estudiantes. Los alumnos deben estar dispuestos a asumir la responsabilidad que viene con la concesión de más libertad en el aula, a salir de su zona de confort como oyente anónimo y recibir el cañón de luz, a equivocarse y a aprender de sus errores, a ser el protagonista de su propio proceso de aprendizaje.
Encendamos las luces en la sala y saquemos al alumno de la penumbra para que pueda crecer y florecer.
Karen Maeyens
Coordinadora Formación Continua
Centro Henry Hazlitt
Universidad Francisco Marroquín